Sobre el espectáculo
No para, no para. Quiere saborearlo todo. Y salta, superficialmente, por encima de las cosas. No seas egoísta. Qué vergüenza. Tápate la boca que se te ven los dientes. Se hizo pequeño, pequeño… y ahora es un experto en complacer a todo el mundo. Aprovechando sus beneficios, claro. Un hábil arlequín. Míralo, salta de aquí para allá evitando, de este modo, parar un momento y observar todo lo que le rodea. Él es feliz en la fantasía. Baila porque ya no recuerda quién es. Nadie lo recuerda. Ahora ya solo se esfuerza para que le miren. No puede hacer más. No para, no para. Conseguir ser visto, aunque sea ofreciendo una pobre imagen, la libera de la torturante tiranía de la insignificancia.
Nota de los autores y directores
La idea de hablar de la gula nace de la necesidad de poner énfasis en aquello que
nos corrompe. Tenemos la sensación de que vivimos en una sociedad que no confía ni en el poder, ni en los bancos y gobiernos que lo gestionan. De puertas afuera, todo el mundo dice que actúa de la mejor manera, nadie asume errores; pero el vicio y la avaricia se cuelan por todas partes. Ahora, las sociedades son cada vez más desiguales y la situación climática es alarmante. Aun así, la gula sigue engulléndolo todo. Parece que nada ni nadie pueda detenerse.
Del mismo modo, miramos nuestro entorno y vemos un consumo compulsivo de emociones. De hecho, también lo identificamos en nosotros. Aparentemente, miramos el mundo y parece que haya de todo. Que el banquete que se nos ofrece sea inabarcable, sobreexcitado e insensible al dolor. Pero mientras estamos en la búsqueda de la plenitud y de la felicidad perpetua, la salud mental empeora y parece que nunca toca fondo.
Consideramos que las redes sociales son uno de los portales de la gula. Nos perturban, nos hacen testigos del goce (real o inventado) de los otros: éxitos alcanzados, viajes, trabajos apasionantes, casas preciosas. Se impulsa la carrera por ser lo que no somos, la pulsión por engullir sin digerir todo aquello que pueda ofrecernos la vida.
La gula nos corrompe. En su sentido más explícito, comer desde la gula es sinónimo de saborear sin digerir. En un sentido más amplio quiere decir tomar, del mundo,
solo los aspectos excitantes y sabrosos, y sobre todo rechazar y huir con facilidad de todo aquello que duele. Evitamos el contacto con la sensación de vacío llenándonos la boca de placeres y estímulos; una imagen de la gula literal y metafórica.
Para nosotros, la gula también es aquello que impide cualquier cambio; se evita la rebelión pero llega la metamorfosis. Cuando la gula colapsa al individuo, este se transforma y da paso a la animalidad, a la bestia, al bufón. No se puede salir de la gula engullendo su remedio. Es así como uno mismo se crea su propio laberinto, tratando de huir de donde no se puede escapar, condenado a caer continuamente en la misma trampa. Como una marioneta que no ve los hilos. La gula en su máxima expresión es el retrato de la locura, de la ignorancia, de la ceguera, de la estupidez humana.
Salir de este laberinto pasa por dejarse atravesar por el vacío. Cuando uno está inmerso por la gula constante olvida la importancia de aceptarnos en nuestra
naturaleza. Hay que detenerse, superar el miedo, las trampas, el pánico, la necesidad constante de una respuesta. Y por eso es difícil, mientras no dejemos de engullir, encontrar las palabras adecuadas para comunicarnos. Es la tragedia del clown.
Pau Matas Nogué y Oriol Pla Solina